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Mirar hacia dentro

Cuando aparecieron hace cuatro meses las primeras noticias del virus en China y comenzaron a circular a los pocos días imágenes de calles desiertas en ciudades de aquél país, veíamos aquello desde una lejana perspectiva y pensamos incluso con despreocupación que sería un problema prácticamente local al que ya se encargarían de poner remedio. Al poco tiempo surgió el primer caso en Europa, concretamente en Alemania, y aún así todavía creíamos con engreimiento que la situación se controlaría. En España el primer caso se detectó en un turista europeo alojado en La Gomera (Islas Canarias) a finales de enero… un mes después ya era demasiado tarde, porque el virus prácticamente circulaba por casi todo el país extendiéndose como una invisible y amenazante sombra y no éramos conscientes del extraordinario alcance que iba a tener.


Esa sensación que percibíamos al principio de aparente e ilusoria tranquilidad otorgada por la lejanía del origen del problema, fue convirtiéndose en un serio aviso y sentimos a medida que transcurrían las semanas como el cerco se iba estrechando. Entonces llegó un momento en el que empezamos a ser conscientes de que el virus venía directamente hacia cada uno de nosotros con extraordinaria rapidez.


Hoy estamos viviendo una durísima prueba que pone de manifiesto por una parte nuestra inexperiencia en este tipo de pandemias y por otra la cohesión frente a esta invisible amenaza. España, al igual que Italia, Alemania, Francia y muchos otros países, no estaba preparada para enfrentarse a la magnitud que supone esta crisis sanitaria, con todo lo que ello conlleva: desde las lamentables pérdidas humanas hasta el impacto tan brutal que está provocando en la economía. El virus se ha comportado como un tsunami invisible que se ha llevado por delante vidas, recursos, empresas y empleos. Resulta muy complicado gestionar una crisis sin precedentes y de las dimensiones de la actual. No hay más que ver lo que ocurre en otros países y los ingentes esfuerzos que se están movilizando para contener el tremendo impacto que está suponiendo esta lucha.


La otra cara de la moneda se encuentra representada sobre todo por el colectivo del personal sanitario que trabaja incesantemente para atender a los enfermos, así como por otros colectivos que están al frente de unos servicios esenciales que garantizan el suministro de bienes y servicios de primera necesidad. Ahí es donde se demuestra esa cohesión que nos hace fuertes y de la que tenemos que sentirnos verdaderamente orgullosos.


Durante estas semanas de confinamiento, de descenso de la producción industrial, de frenazo para el turismo, para el transporte y para la actividad general terrestre, aérea y marítima, la naturaleza se está tomado un respiro. La contaminación en muchas zonas se ha reducido drásticamente, el aire es más puro, las aguas son más limpias. Hay delfines que están apareciendo donde hacía años que no se veían. Esta mañana me ha enviado una amiga, un video tomado por las cámaras fijas de la policía municipal de Segovia en el que se ven dos corzos andando tranquilamente junto al acueducto. Insólito.

Esta reducción de la actividad ha propiciado que otros seres tomen el espacio que un día perdieron. Ellos son ahora libres, nosotros somos los encerrados. Paradójico ¿no?


A la actividad humana le ha acompañado inseparablemente el movimiento, hasta que llegó un microorganismo invisible, especie de ser vivo y ser latente, que consigue inmovilizar a cientos de millones de personas en todo el mundo, algo que nunca había sucedido. Calles desiertas, aeropuertos vacíos, bares, tiendas, restaurantes y espacios de ocio cerrados… Desde nuestras casas miramos a través de los cristales de las ventanas y anhelamos estar ahí fuera, junto a los mirlos y gorriones que picotean despreocupados y libres en los jardines… pero… ¿y si aprovechamos esta interrupción y miramos con mayor intensidad hacia dentro?... quizá sea el momento de reflexionar, de extraer conclusiones, de analizar nuestra relación con todo lo que nos rodea.

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